Hijo
de la luz y de la sombra.
III
Tejidos en el alba,
grabados, dos pañales
no pueden detener
la miel en los pezones,.
Tus pechos en el
alba: maternos manantiales,
luchan y se atropellan
con blancas efusiones.
Se han desbordado,
esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la
casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras
de un pueblo de colmenas,
tú toda una
acolmena de leche con espuma.
Es como si tu sangre
fuera dulzura y toda
laboriosas abejas
filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de
leche, de inundación, de boda
junto a ti, recorrida
por caudales sonoros.
Caudalosa mujer;
en tu vientre me entierro,
tu caudaloso vientre
será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos
con la llama del hierro,
verían que
grabada llevo allí tu figura.
Para siempre fundidos
en el hijo quedamos;
fundidos como anhelan
nuestras ansias voraces:
en un ramo de tiempo,
de sangre, los dos ramos,
en un haz de caricias,
de pelo, los dos haces.
Los muertos, con
un fuego congelado que abrasa,
laten juntos a los
vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el
hijo los campos y la casa
que tú y yo
abandonamos quedándonos muy cerca.
Haremos de este hijo
generador sustento,
y hará de
nuestra carne materia decisiva:
donde asienten su
alma las manos y el aliento
las hélices
circules, la agricultura viva.
El hará que
esta vida no caiga derribada,
pedazo desprendido
de nuestros dos pedazos,
que de nuestras dos
bocas hará una sola espada
y dos brazos eternos
de nuestros cuatro brazos.
No te quiero en ti
sola: te quiero en tu ascendencia
y en cuanto de tu
vientre descenderá mañana.
Porque la especie
humana me han dado por herencia,
la familia del hijo
será la especie humana.
Con el amor a cuestas,
dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos
en el hijo profundo.
Besándonos
tú y yo, se besan nuestros muertos,
se besan los primeros
pobladores del mundo.
Miguel
Hernandez
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