No
puedo más. Vomito
blasfemias
y jaculatorias de poseso.
Grito,
me desgañito, rezo, ronco en latín de iglesia
las
divinas palabras cuyo sentido vagamente intuyo:
ad
Deum que laetificat juventutem meam,
canto
a seis voces mixtas responsorios
de
Palestrina y de Victoria
acopañado
por el son del río en pena,
por
los oráculos amarillos de la luna menguante:
o
vos omnes qui transistis per viam
atendite
et videte...
Los últimos murciélagos
con
alas de cartón acanalado y destellos de fósforo,
amortajan
a la ciudad. Luego, regresan
a
las cuevas de los contenedores.
Jose
Hierro
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