Monologo
Mis
cantos definitivos. Los de la plenitud y el miedo. Tengo miedo. Tengo -soy,
estoy- jaula. Las palabras más eficaces las de mi lengua y las ajenas,
vivas y muertas, oxidadas y aún hermosas, mágicas como el
chino, de llave inencontrable, como el bengalí. Miedo, jaula, escribo.
Miro a cada instante la puerta cerrada. Podrías entrar por ella
el doctor, el coronel, el judío, el sayón, el comunista con
su escalpelo, su espada, su estrella, su látigo, su hoz. Traen la
jaula en la mano, para encerrarme, y en ella permaneceré hasta el
fin de mis días. Sin papel, sin pluma mi mano. Así, ¿cómo
sobrevivir, escribir, liberarme del tiempo? Traen el dolor: nada me importa.
Del dolor irresistible nacen estos últimos cantois. Los más
intensos que jamás pude soñar. Alguien -no sé
quién- los entenderá. Tal vez. T.S. Elliot los corrija y
depure como yo corregí los suyos primeros. La jaula. Pero dentro.
Fuera de ella escribo los últimos cantos que arranqué a la
vida. Los escribo dentor de la jaula de mi vida. No podría escribirlos
en mi memoria, ocmo con un deod, sobre el vidirio empañado por el
frío de afuera. Necesito verlos, no sólo recordarlos. Tenerlos
presentes ante mis ojos, no como náufragos, pecios sobre la arena.
Mis salvadores.
Sangro
palabras por mis venas ancianas, me desangro sobre el papel. Mi sangre
irá a algún banco de sangre y alguien, un díak la
solicitará para sobrevivir. Tengo sangre, miedo, jaula. Tengo Dorothy,
Shirley, Caroline, o como se llame esta mujer, estas mujeres de verde y
blanco almidonado. Me recorta la barba, arregla el embozo de mi cama, me
anima a comer - con voces desafinadas, como si me creyese tonto o sordo-
estas comidas repugnantes que saben a clínico, a puritanos, a América,
me inyecta y me hace tragar píldoras de muchos colores. A Mae, o
Dorothy, o Carmen, o como se llame le entrego cada tarde mis cantos, mis
papeles, cantos rodadois y redondeados por el sufrimiento. El doctor lo
permite. Sabe que escribir es un excelente terapia para los locos. Ella
es mi cómplice. Guarda mis cantos. Se los entrego, numerados, plegados,
ordenados, después de besarlos en son de despedida provisional.
beso la mano de ella, de ellas. Pongo en mis labios el dedo índice,
recomendándole silencio y secreto. Sólo ellas deben verlos.
No quiero que los utilicen como pruebas contra mí. Autoinculpaciones
sunsconcientes del arrepentimiento y el obstinado, traidor, fascista, colaboracionista,
hijo de puta. Quiero que nadie ponga su mirada en estas úlceras.
El pus le saltaría a los ojos. Yo no so traidor a mi única
patria que es la posía. No quero su comprensión, su compasión
ni su desprecio. Mas miedo, más jaula, más muerte. No sé
si sueño cuando doy a Doris, Gladys, a Miss Figura almidonada, oficiosa
figura de cera, mis testimonios, mi testamento. Vuelvo a besar su mano,
agradecido como un perro. Le recuerdo que estos pájaros de papel
volarán algún día, se posarán en manos amigas.
Me salvarán. No quiero sombra, hielo vacío. Buenas noches,
Helen, Margaret, Anne, o como te llames.
Y
cuando abre la puerta, y me salda desde el umbral de esta habitación
sin ventanas, sin espejo -¿Cómo será mi rostro?- sin
nada que me permita suicidarme, oigo el rumor del río que no me
dejan ver, el East River, el East Tiber que me trae palomas de Roma.
Jose
Hierro
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