Lear
King en los Claustros
Di
que me amas. Di "te amo".
Dímelo
por primera y por última vez.
Sólo:
"te amo". No me digas cuánto.
Son
suficientes esas dos palabras.
"Más
que a mi salvación", dijo Regania.
"Más
que a la primavera", dijo Gnerila.
(No
sospechaba que mentían.(
Di
que me amas. Di "te amo",
Cordelia,
aunque me mientas,
aunque
no sepas que te mentes.
Todo
se ha diluido ya en el sueño.
La
nave en que pasé la mar,
fustigada
por los relámpagos
era
un sueño del que aún no he despertado.
Vivo
brezado por un sueño,
inerme
en su viscosa telaraña,
para
toda la eternidad,
si
es que la eternidad no es un sueño también.
La
tempestad me arrebató al Bufón,
al
pícaro azotado, deslenguado, insolente,
que
era mi compañero, era yo mismo,
reflejo
mío en los espejos
cóncavos
y convexos que inventó Valle-Inclán.
Los
brazos de las olas me estrellaron
contra
el acantilado. Y un buen día,
ya
no recuerdo cuándo, desperté,
y
hallé sobre la arena
piedras
labradas con primor,
sillares
corroídos, lamidos y arañados
por
los dientes y garras de las algas.
Entonces,
desatado del sueño,
comencé
a rehacer el mundo mío
que
se desperazaba bajo un sol diferente.
Y
aquí está al fin, delante de mis ojos.
Oigo
cómo jadea
con
la disnea del agonizante, del sobremuriente.
Espera
a que tú llegues
y
me digas, "te amo".
Conservo
aquí los cielos que viajaron conmigo
grises
torcaces de Bretaña, cobaltos de provenza,
índigos
de Castilla.
Sólo
tú eres capaz de devolverles
la
transparencia, la luminosidad
y
la palpitación que los hacían únicos.
Aquí
están aguardándote.
Quiero
oírte decir, Cordelia, "te amo".
Son
las mismas palabras que salieron
de
labios de Regania y Gonerila,
no
de su corazón. Más tarde
se
deshicieron de mis cabaleeros,
hijos
del huracán, bravucones, borrachos,
lascivos,
pendencieros... regresaron
al
silencio y la nada.
La
niebla disolvió sus armaduras,
sus
yelmos, sus escudos cincelados,
aquel
hervor y desvarío
de
águilas, quimeras, unicornios,
cisnes,
delfines, grifos...
¿Por
qué reino cabalgan hoy sus sombras?
Mi
reino por un "te amo", sangrándote en la boca.
Mi
eternidad por sólo dos palabras.
Susúrralas
o cántalas sobre un fondo real
-agua
de manantial sobre los guijos,
saetas
que desgarran con su zumbido el aire-
así
la realidad hará que sean reales
las
palabras que nunca pronunciaste!-
y
que ultrasuenan en un punto
del
tiempo y del espacio
del
que tengo que rescatarlas
antes
de que me vaya.
Ven
a decierme "te amo":
no
me importa que duren tus palabras
lo
que la humedad de una lágrima
sobre
una seda ajada.
En
esta paz reconstruida
-sé
que es tan sólo un decorado- represento
mi
papel; es decir, finjo,
porque
ya he despertado.
Ya
no confundo el cante de la alondra
con
el del ruiseñor. Y aquí vivo esperándote,
contando
días y horas y estaciones.
Y
cuando llegues, anunciada
por
el sonido de las trompas
de
mis fantasmales cazadores,
sé
que me reconocerás
por
mi corona de oro (a la que han arrancado
sus
guemas las urracas ladronas)
por
la escudilla de madera que me legó el bujon
en
la que robles y arces depositan
su
limosna encendida, su dizmo volandero,
el
parpadeo del otoño.
Ven
pronto, el plazo ya está a punto
de
cumplirse. Y no me traigas flores
como
si hubiese muerto.
Ven
antes de que me hunda
en
el torbellino del sueño.
Ven
a decirme "te amo" y desvanécete en seguida.
Desaparece
antes de que te vea
sumergida
en un licor trémulo y turbio,
como
a través de un vidrio esmerilado.
Antes
de que te diga:
"yo
sé que te he querido mucho,
pero
no recuerdo quién eres."
Jose
Hierro
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