A orillas del East River
II
Yo ya no lloro,
excepto por aquello que algún día
me hizo llorar:
los aviones que proclamaban
que todo había terminado;
la estación amarilla diluida en la noche
en la que coincidían, tan sólo unos instantes,
el tren que partía hacia el norte
y el que partía hacia el oeste
y jamás volverían a encontrarse;
y la voz de Juan Rulfo: "diles que no me maten";
y la malagueña canaria;
y la niña mendiga de Lisboa
que me pidió un "besiño".
Yo ya no lloro.
Ni siquiera cuando recuerdo
lo que aún me queda por llorar.
Jose Hierro
 
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