Fragmentario
 
Una faceta inusual del rostro,
de pronto una palabra olvidada...
así vuelve tu cuerpo, como una ola,
atenuado, desde más allá
de la memoria a la memoria:
fragmentos, unidades de sentido, esquirlas.
Nada.
Deseo imposible, rémora.
 
Matar los recuerdos
Como este viento cuyo contacto quema y quema,
resistes, sombra fiel que en cualquier portal
me lames los pliegues de la carne
a pesar del tiempo y la distancia
-aire de la memoria, tensión
que no es memoria sin embargo, ni es olvido-.
Tu boca en mi piel.
Como el viento, vuelves y mi cuerpo no puede
evitarte,
y, sin poderte asesinar nunca verdaderamente,
haces que, entre el olor a semen
y el vaivén demente del bochorno,
sólo este esfuerzo de lucidez sea la venganza posible.
No es memoria ni es olvido, y quema
igual que el contancto de una loca
que a la fuerza bese
a los niños en los labios,
excesiva, obscenamente: dando miedo.
El viento caliente de tu boca.
 
Capellán de la barca de Caronte
Hay un libro abierto -son grabados-
cubriendo en parte las vetas de la madera.
Hay una mesa
en cuyo desorden hallar la cifra de todo un Universo.
Hay un cuarto -luz cenital, blancos tabiques-
que ha sido para mí más grande que el mundo,
porque para mí fue el mundo y aún
no he agotado sus secretos.
Hay unos ojos que resbalan
de la imagen -una barca sobre un río-
hacia esa mesa repleta
en la que marchan al olvido
los diezmos de alguna pasión aniquilada.
Hay nada más que unos ojos que recorren la estancia
que la mirada adrede abarca y recrea
haciéndolo todo posible, haciendo
que todo permanezca sin dolor,
mientras me agoto y rebusto símbolos
en esta travesía imaginaria y pusilánime.
El hombre, qué animal metafísico.
Jose Antonio Vitoria
 
 
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