A galopar
 
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
 
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España, en las herraduras.
 
Galopa, jinete del pueblo
caballo de espuma
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
 
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu notura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo
que la tierra es tuya.
 
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
 
 
Nocturno
Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre
se escucha que transita solamente la rabia
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio
y en las médulas arde continua la venganza,
las palabras entonces no sirven son palabras.
 
Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdida, neblinas estampadas,
¡que dolos de papeles que ha de barrer el viento,
que tristeza de tinta que ha de borrar el agua!
 
Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene ena garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar que no puede por imposible, y calla.
Siento esta noche heridas de muerte las palabras.
 
Sierra de Pancorbo
 
Ya no sé, mi dulce amiga,
mi amante, mi dulce amante,
ni cuáles son las encinas,
ni cuáles son ya los chopos,
ni cuáles son los nogales,
que el viento se ha vuelto loco,
juntando todas las hojas,
tirando todos los árboles.
 
¡Qué feliz era, mar! Llegué a creerme
hasta que yo era tú y que me llamaban
ya todos con tu nombre
 
Si mi voz muriera
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera
Llevadla al nivel del mar,
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
 ¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera!
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela.
 Estas serían para mí tus playas,
Te recibiría el mar,
el sol de las arenas se abriría
feliz de ser el sol para abrazarte.
Rebosarás el mar de tu belleza,
invadiendo los límites antiguos
de sus orillas,
entrándote,
expandiéndote toda, tú ya el mar, por la tierra.
 
Sueño
A los remos, remadores
GIL VICENTE
Noche.
Verde caracol, la luna.
Sobre todas las terrazas,
blancas doncellas desnudas.
 
¡Remadores, a remar!
De la tierra emerge el globo
que ha de morir en el mar.
 
Alba.
Dormíos, blancas doncellas,
hasta que el globo no caíga
en brazos de la marea.
¡Remadores, a remar!
Hasta que el globo no duerma
en las gargantas del mar.
 
 
Yo soy Rafael Alberti, el que trabajó un tiempo en gongorinos mármoles la forma de su voz. El que haciéndose huésped becqueriano de las nieblas se agarró en lucha desesperada con los ángeles, cayendo al fin herido, alicortado, a la tierra. El que aún tuvo fuerzas para lanzarse, flamígero, de súbito, precipitándose en las calles enfebrecidas de estudiantes, en las barricadas de los paseos, frente a los caballos de la guardia civil y los disparos de su fusiles. El que descubre entonces dos palabras: Libertad y República, a las que empuja con España toda hasta inscribirlas en los muros del palacio del rey.
Yo soy Rafael Alberti, pero ahora en Berlín, oyendo el patear de las escuadras nazis por las plazas y calles aterradas; viendo el relampagueo, en la noche de luto y de ceniza, del Reichstag llameante; entonando la última <<internacional con los obreros del barrio de Weding ensangrentado, pero oyendo también bajo la nieve moscovita los cantos de la guardia del Ejército Rojo hacia el solemne mausoleo de Lenin.
Yo soy Rafael Alberti, ya aclarado, exaltado, purificado, viajero por las islas y tierra firme del Caribe, atada las gargantas, hasta casi cortarle el respiro, por las bandas y estrellas de la bandera del imperialismo. El que vuelve a su patria como poeta en la calle, a nivelar su voz con la del pueblo, a ser suyo en la lucha, a contarlo, ayudarlo, sostenerlo.
Yo soy Rafael Alberti, salido al mundo, desterrado, con parte de su heroico pueblo. Dolor, dolor sinfín de los campos franceses y africanos de concentración. Dolor de distanciarse de su cautivo corazón traspasado. Dolor de tantas cosas. Dolor, dolor, dolor.
&iquest;Quién es ese que ahora, después de atravesar el océano peligroso, infestado de submarinos de la cruz gamada, arriba una mañana a las costas de América?&iquest;Quién el que pone el pie en el Río de la Plata, el alma dolorida pero aún alta la frente y en la mano el ya recién nacido clavel de la esperanza? Arde, retumba el mundo por sus cuatro costados. La muerte silbadora baja desde las nubes. Reina la ley del sobresalto, del ansia, de la angustia. Hasta que, al fin, de los escombros, de la sangre aplastada de las ruinas, del centro más oscuro de la noche, esplende el alba de la paz, el jubiloso sol de la victoria.
&iexcl;Paz, Paz, Paz! Yo soy Rafael Alberti, el español errante, desterrado, que como tantos miles empieza ya a perder la cuenta de los años. El que ahora pide Paz, grita &iexcl;Paz ! &iexcl;Paz luminosa para todos los hombres de la tierra! El que anima a su pueblo y otros pueblos a ganarse la paz en el combate ciego por lograrla. Paz en los mares. Paz bajo los mares. Paz en los hondos cielos cruzados de astronautas. Paz armoniosa. Paz maravillosa. Espigas de las puntas de los dedos. Palomas y palomas de todos los olivos del orbe.
Yo soy Rafael Alberti, un poeta español, una voz fervorosa en esas muchedumbres...
 
Verano
 
-Del cinema al aire libre
vengo, madre, de mirar
una mar mentida y cierta,
que no es la mar y es el mar.
-Al cinema al aire libre,
hijo, nunca has de volver,
que la mar en el cinema
no es la mar y la mar es.
 
¡Jee, compañero, jee, jee!
¡Un toro azul por el agua!
¡;Ya apenas si se le ve!
-¿Queeé?
-¡Un toro por el mar, jee!
 
Mar
 
En las noches, te veo
como una colgadura
del mirabel del sueño.
Asomadas a ella,
velas como pañuelos
me van diciendo adiós
a mí que estoy durmiendo.
Rafael Alberti
 
 
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